Cartografía visual
de Andrés Monroy
de Andrés Monroy
“Yo estoy interesado en ver. Si permanezco demasiado tiempo en un lugar me convierto en ciego”, afirmaba el gran Josef Koudelka. Pero ¿Cómo conservar esa mirada siempre nueva, limpia del limo de la cotidianidad y la rutina? ¿Desde dónde posicionarse? ¿Cómo mirar siempre desde una intención primigenia, descontaminada, clara, potente?
Entonces no son las palabras sino las fotos de Andrés Monroy las que me responden, porque veo en ellas atisbos y constantes: masas de sombra contrapuestas naturalmente a los espacios. Luces que hienden el aire, diagonales que atraviesan la mirada y objetos que adquieren categoría simbólica debido al ojo que las exaltó desde cierto encuadre. Veo los afanes humanos, desfile interminable entre el caos de la modernidad y la cambiante, sincrética, tradición. Veo la mirada del joven militante y la del periodista inquieto, la del profesor y la del reportero; la del niño que caminaba de la mano de su padre por la Avenida San Juan de Letrán, sujeto a su vez de los fotógrafos callejeros. Veo al hombre tras el ojo mecánico reconociendo una ciudad, haciéndola suya a golpe de miradas, de ángulos, atisbos y movimientos furtivos. Veo a Andrés desplazándose, cuadriculando la ciudad, a la caza de esa luz y de ese instante. Veo la terquedad en la construcción de una mirada, de un estilo. Veo la preocupación por el hombre y los gestos diversos que definen lo humano, sus contradicciones y complejidades: su deriva. Pero ay de quien entienda la fotografía como mera representación de la realidad, porque estas miradas y estas imágenes provienen a su vez del sueño y de la imaginación, desvío también del bagaje visual construido a lo largo de toda una vida. El cráneo como una especie de cámara oscura donde el mundo es una imagen que también podría llegar a ser. Veo las fotos de Andrés y sé que son cientos, quizá miles, las que día a día registra desde hace años en una especie de ejercicio zen, y que apenas atisbamos las orillas de esa interminable y delirante cartografía; un mapa mental que forman estas y otras escenas: las ciudades entrevistas o añoradas, las ciudades probables y las imposibles. Atisbos que también me hacen pensar en otros proyectos desmesurados como aquel Los americanos de Robert Frank, o más cerca en el mapa, la inacabable Ciudad de México que pretendieron retratar otros artistas como Marco Antonio Cruz, Pedro Meyer o Pablo Ortiz Monasterio.
La fotografìa como ejercicio de la memoria y atisbo hacia el futuro, la fotografía como mirada personal y como cuestionamiento; el acto fotográfico trascendiendo la mera intención antropológica o el souvenir visual: el registro minucioso como potencia intelectual y emocional, afirmación de las capacidades sensoriales, construcción de una poética y una épica personal, pero ante todo, veo la mirada de un dibujante. El hombre que mira, elige, dispara y en ese acto sensible, casi ejercicio espiritual, erige su dibujo con luz.
Alejandro Pérez Cervantes